Cuando era más pequeña, mi mamá me protegía de todo, la manera más fácil de aprender es prueba/error, pero creo que como toda mamá, la mía intentaba ahorrarme cualquier sufrimiento y tantas cosas de la vida, y para mí el miedo más grande era el terrible “señor del costal” (que seguro ha pasado de generación en generación) y él vendría por mí, si no obedecía. Ignoraba el
hecho de que las personas se sienten solas, que hay gente en el mundo haciendo el mal, que hay crisis y muchas cosas que como adultos lo sabemos. Y es que puedo presumir que tuve la infancia más feliz (espero tú sientas lo mismo) y no tengo recuerdos malos. Y sé que eso fue gracias a ella.
Ya llegando a la terrible pubertad, mi mamá pasó de ser mi protectora, a la persona que más daño quería hacerme. Era imposible verla sin sentir algo de enojo, y creo que esa edad es la peor para la relación madre e hija. A pesar de todos esos regaños “injustificados” (muy justificados por cierto) mi mamá me tuvo paciencia infinita.
Ahora puedo decir que “mi mamá es la mejor” y seguramente tu sientas lo mismo sobre tu mamá.
Me parece de los más bonito recordar la primera que vez que me rompieron el corazón ¿quién
estuvo siempre ahí?. Cuando tenía mil preguntas y ninguna respuesta, ella. Y ahora en una edad “adulta” recordar cómo me cuidaba y pensar que ahora nos cuidamos mutuamente. Lo que le
duele a ella, me duele a mí. Cuando ella está de buenas, inevitablemente estoy igual con ella. Los momentos que pasamos solas, jamás son aburridos. Un placer sencillo de la vida es quedarte sin aire y doblarte de la risa, puedo presumir que tengo esos momentos diarios en mi vida.
Ya no sé si mi mamá se parece más a la figura materna o a mi mejor amiga, sólo sé que si en algo soy muy afortunada, es en tenerla a ella.