"El problema de las parejas es que las mujeres se casan pensando que ellos van a cambiar y los hombres se casan pensando que ellas no van a cambiar". | Fragmento del libro "La ridícula idea de no verte" De: Rosa Montero |
Creo que estos excesos de idealización los padecemos sobre todo las mujeres, que mostramos una desmesurada facilidad para inventarnos al amado. Sí, ya sé que las generalizaciones encierran siempre una cuota de estupidez, pero permíteme que juegue un rato a hablar de los hombres y de las mujeres, aunque resulte esquemático. Y, así, pienso que, cuando nosotras creemos enamorarnos de alguien, enseguida enumeramos, como origen de nuestro entusiasmo, un espejismo de virtudes sin fin que le suponemos a esa persona, cuando lo que nos ha obnubilado y lo único que de verdad sabemos de él, es que tiene unos ojos de un color admirable, unos dientes muy blancos entre labios de fruta, hombros poderosos y un cuello apetecible de morder. Porque las mujeres estamos presas de nuestros pernicioso romanticismo, de una idealización desaforada que nos hace buscar en el amado el súmmum de todas las maravillas. E incluso cuando la realidad nos muestra una y otra vez que no es así (por ejemplo, cuando nos enamoramos de un tipo áspero y grosero), nosotras nos decimos que esa apariencia es falsa; que muy dentro de él nuestro hombre es dulcísimo y que, para dejar salir su natural ternura, sólo necesita sentirse más seguro, más querido, mejor acompañado. En suma: nos convencemos de que nosotras vamos a poder cambiarlo, gracias a la varita mágica de nuestro cariño. Rescataremos y liberaremos al verdadero amado, que está preso dentro de sus traumas emocionales. Lo salvaremos de sí mismo.
Las mujeres padecemos el maldito síndrome de la redención.
Los hombres, en cambio, creo que suelen ser más sanos en este punto y que son capaces de querernos por lo que en verdad somos. No nos inventan tanto, probablemente porque no tienen tanta necesidad (durante siglos, el amor ha sido la única pasión que se nos ha permitido a las mujeres, mientras que los hombres podían apasionarse por muchas otras cosas), o quizá no tengan tanta imaginación. el caso es que nos miran y nos ven, mientras que nosotras los miramos y, en el calor del primer enamoramiento, lo que vemos es una quimera fabulosa.
La inmensa mayoría de nosotras estamos empeñadas en cambiar al amado para que se adapte a nuestros sueños grandiosos. Creemos que, si le curamos de sus supuestas heridas, emergerá en todo su esplendor nuestro amado perfecto. Los cuentos para niños, tan sabios, lo dicen claramente: nos pasamos la vida besando ranas convencidas de que podemos transmutarlas en apuestos príncipes...
ROSA MONTERO
-La ridícula idea de no volver a verte.