Tengo una hija adolescente. Es uno de los desafíos más difíciles para nosotros como familia. Se enfrenta a cambios hormonales y a un mundo cada vez más complejo, siente que nadie puede entender sus sentimientos, en especial se siente desplazada con su hermano. Como resultado, se siente enojada, sola y confundida cuando se enfrenta problemas complejos de identidad, presiones de sus compañeros y conducta sexual.
Nosotros en ocasiones nos sentimos frustrados y enojados porque los métodos de disciplina que funcionaron bien hace algunos años ya no tengan la misma eficacia. Además tristes y sin poder hacer nada acerca de los juegos y tiempos que pasábamos juntos.
Antes no discutía las reglas pero ahora me cuestiona su horario de ir a dormir, el tiempo que comparte con la familia frente al que pasa con gente de su edad en la redes sociales, las cargas de tarea, la ropa que le solíamos comprar, el tiempo de entrenamiento, lo agobiante que le parece el que queramos estar enterados de sus planes, el no querer recibir muestras de cariño y lo estrictos que somos en la comida.
Lidiar con los problemas de la adolescencia puede poner a prueba a cualquiera. No obstante, la familia suele ayudar satisfactoriamente a nuestra hija a lograr los objetivos de desarrollo de la adolescencia: reducir la dependencia con nosotros a la vez que se hace cada vez más responsable e independiente.
El fin de semana realizó una actividad con el grupo de guías México en una casa hogar, fue crudo exponerse a la realidad de aquellas chicas que no han tenido una vida fácil llena de violencia y abusos sexuales de sus propios padres, carentes de hogar y cariño, cuando ella se encuentra protegida por nosotros en una burbuja de cristal. No fue hasta entonces que valoró de manera diferente su entorno familiar. ¿Es necesario hacer pasar a nuestros hijos por este tipo de experiencias para ampliar su panorama?